Los centros comunitarios de las escuelas de Denver ayudan a las familias con comida, ropa, clases de inglés y mucho más

Two women sitting at a desk laugh next to each other with a room full of classmates sitting behind them.
Las clases de inglés son de las más populares de los centros comunitarios de las Escuelas Públicas de Denver, tanto para familias inmigrantes como para otros adultos que están aprendiendo inglés. Yesica Gómez, a la izquierda, y Maira Sánchez, a la derecha, se ríen después de tratar de pronunciar una palabra durante la clase en el centro comunitario de la Escuela Primaria John H. Amesse. (Helen H. Richardson / The Denver Post)

Read in English.

Mientras su hijo de 5 años asiste a la guardería de la Primaria Colfax, al oeste de Denver, Maelka también asiste a clases. En un trailer cerca del parque de juegos, ella y otras tres mamás aprenden inglés.

Un jueves reciente, el grupo practicó las letras y los números en inglés jugando bingo.

B eleven,” dijo la maestra.

“¡Eleven! ¡Eleven!” Dijo Maelka. Luego tradujo el número a español — “once” — para sus compañeras.

El trailer en la Primaria Colfax es uno de los seis “centros comunitarios” de las Escuelas Públicas de Denver, y las clases de inglés son de las más populares. Estos centros comunitarios, establecidos en 2022 por el Superintendente Alex Marrero, tenían el propósito de enfocarse en dos generaciones a fin de mejorar las vidas de los estudiantes, y por lo tanto ayudan tanto a los niños como a los padres con todo, desde comida y ropa hasta asesoramiento financiero y citas médicas en clínicas móviles.

Ahora que más de 3,500 estudiantes inmigrantes se han inscrito en las Escuelas Públicas de Denver desde que empezó el año escolar, los centros están prestándoles cada vez más servicios a sus familias mientras rehacen sus vidas en Denver. Este flujo de familias ha estirado bastante la capacidad de los centros, pero los líderes del distrito escolar dijeron que siguen estando comprometidos con solicitar más donaciones y subvenciones para apoyar la labor.

“Necesito aprender inglés para entender, para trabajar — y también para aprender”, dijo Maelka. “Es importante saber hablar el idioma del país en el que te encuentras”.

Maelka y su familia llegaron a Denver de Venezuela a principios de diciembre. Después de pasar un tiempo en los refugios de la ciudad, encontraron una casa de alquiler cerca de la Primaria Colfax. Chalkbeat no está revelando el apellido de Maelka para proteger su privacidad.

Las clases gratis enseñan mucho más que a hablar inglés, el cual ofrece la promesa de empleos mejor pagados. Los centros también fomentan un sentido de comunidad, dijo la administradora Jackie Bell. El día del cumpleaños de Maelka, otra mamá le hizo un pastel y lo trajo a la clase.

Los centros también sirven como lugar de ayuda. Cuando una de las mamás llegó a la clase con dolor por un diente infectado, el personal del centro rápidamente la conectó con una clínica dental gratuita. Cuando el personal vio a estudiantes caminando a la escuela sin abrigos, el centro consiguió una subvención para comprarles abrigos de invierno nuevos a los niños. Cuando la abuela de un niño autista le dijo al personal del centro que él solamente comía una marca de arroz, ellos lograron conseguirlo para tenerlo en la tiendita del centro.

“Ese es el mensaje a nuestros padres del Distrito: ‘Queremos que estén aquí’”, dijo Bell.

A woman carries her daughter and a handful of packaged foods with a couple of people shopping in the background. There are shelves full of food surrounding them.
Karen Rodríguez compra refrigerios para su hija Carely, de 11 meses, en la minitienda del centro comunitario de la Primaria John H. Amesse. (Helen H. Richardson / The Denver Post)

Hay “magia” en lo que hacen los centros

Los centros comunitarios son una expansión de un programa anterior llamado Family and Community Engagement Centers, a menudo conocidos por su abreviatura como Centros FACE. El centro de la Primaria John H. Amesse, en el extremo noreste de Denver, fue uno de los dos Centros FACE originales.

Marrero visitó el centro en la John H. Amesse al principio de su superintendencia. En su pared, la gerente Carla Duarte tiene enmarcado un mapa de la ciudad en el que Marrero dibujó a mano su visión de tener un centro similar en cada región de Denver. Ahora que han pasado dos años, los seis centros ofrecen los mismos programas que los centros anteriores y más, dependiendo en parte del espacio disponible en cada uno.

Dos de los centros tienen minitiendas de comida con productos frescos y carne congelada, mientras que otros cuentan con despensas repletas de alimentos no perecederos y enlatados. Todos los centros distribuyen pañales, pero algunos están asociados con una organización local sin fines de lucro para regalar asientos protectores y carriolas. Al menos uno tiene una boutique de ropa usada similar a una tienda de segunda mano. Algunos están ahora trabajando con la red de atención médica Denver Health, que estaciona su clínica móvil en el centro y atiende a los pacientes en citas de media hora.

El personal de los centros también varía. Todos conectan a los padres con programas que les ayudan a pagar facturas, pero algunos tienen asesores financieros y clases sobre cómo establecer un presupuesto familiar. Otros centros ayudan a los padres a encontrar trabajo. El coordinador de desarrollo de mano de obra del centro del extremo noreste ayudó recientemente a un padre emigrante que había trabajado como barbero en Venezuela durante 24 años a conseguir un empleo en una barbería de Denver.

Cuando un centro no tiene un servicio en particular, el personal refiere a las familias a otro que sí lo tiene.

“Esa es la magia de los centros comunitarios”, dijo Duarte. “Todos somos muy diferentes”

El centro de John H. Amesse es uno de los más grandes y con mayor movimiento. Sus espacios están repartidos por toda la escuela en salones de clase convertidos y oficinas que estaban vacías.

Un miércoles reciente por la mañana, los estudiantes adultos en una clase de GED estaban practicando matemáticas y celebrando con cupcakes que un compañero había aprobado sus exámenes.

En un salón pequeño al lado de la biblioteca, dos mujeres acunaban a los bebés de las estudiantes de GED. Una de ellas, refugiada de Afganistán cuyos hijos asisten a las escuelas del distrito, vino por primera vez al centro comunitario buscando ayuda para pagar el alquiler de su familia. A través de un traductor que hablaba dari, su idioma materno, ella hizo una pregunta importante.

“Me miró y dijo: “¿Tienes algún trabajo para mí?”

Duarte estaba buscando cubrir un puesto en la guardería, pero no estaba segura si ella podía hacerlo por la barrera de idioma. Casi todos los empleados del centro hablan español, pero ninguno hablaba dari. Pero el distrito escolar dijo que sí, y ahora la mujer está aprendiendo inglés en las clases del centro — y también español.

“Ella es increíble”, dijo Duarte. “Es la mejor decisión que hemos tomado”.

Hay una historia similar al otro lado del pasillo, donde una antigua participante dirige una clase de “jugar y aprender” para niños pequeños y sus padres, y que ese día estaban ocupados soplando burbujas de jabón con popotes.

Muchos de los padres que van a las clases de “jugar y aprender” también asisten a clases de GED o de inglés en el centro. Ingrid Alemán tuvo que dejar de ir a las clases del centro porque su hijo Dylan (de 2 años) lloraba demasiado cuando lo separaban de ella en la guardería. Pero ella y su hijo todavía vienen a las clases de “jugar y aprender”.

“Él está aprendiendo a relacionarse con otros niños”, dijo Alemán. “Y a mí me ayuda estar con otras mamás que pueden darme consejos. Porque en la casa —”

“Eres solo tú y los niños — " dijo Duarte.

“En la casa es una locura”, dijo Alemán riendo.

Two adults sit at a wooden desk with their books open while an adult woman stands next to them showing a calculator.
La maestra Mayra Lagunas, a la derecha, ayuda a los estudiantes Hugo Esparza (centro) y Janeth Carhuamaca (izquierda) en matemáticas durante una clase de GED en el centro comunitario de la Escuela Primaria John H. Amesse. (Helen H. Richardson / The Denver Post)

Hay inmigrantes entre las más de 4,000 familias atendidas

Operar cada centro cuesta unos $737,000, lo que equivale a un costo anual total de unos $4.4 millones, según Esmeralda de la Oliva, directora de los centros del distrito. Cuando Marrero anunció la iniciativa en 2022, él dijo que los centros se financiarían en parte con los ahorros de los recortes que hizo en la oficina central del distrito como parte de una reorganización.

En los dos últimos años, los centros han atendido a más de 4,000 familias, según de la Oliva. Eso incluye a más de 1,000 padres inscritos en clases de educación para adultos. Además de las clases de GED y de inglés, algunos centros ofrecen clases para ayudar a los padres a aprobar los exámenes de ciudadanía y clases para enseñarles español a los padres que hablan inglés.

En las clases se han matriculado unos 350 adultos recién llegados y los centros han atendido a 600 familias inmigrantes este año, dijo de la Oliva. Las clases de GED están a capacidad, y de la Oliva dijo que está buscando más fondos para las clases de GED y de inglés, las minitiendas y las despensas de alimentos de donantes privados y organizaciones sin fines de lucro, que incluyen la recién establecida New Arrivals, Students & Family Fund de la Fundación de Escuelas Públicas de Denver.

La labor de prestarles servicios a las familias inmigrantes, muchas de las cuales tienen historias desgarradoras, puede pesar en los corazones y las mentes del personal del centro, dijo de la Oliva, y por esa razón el distrito planea ofrecer capacitación intensiva de autocuidado para el personal a partir del próximo mes. Pero el trabajo está marcando una diferencia.

De la Oliva recordó a una familia que vino a un centro este año escolar buscando pañales tres semanas después de llegar de Colombia. En un mes, la mamá se matriculó en clases de GED y de inglés. En dos meses, el papá estaba trabajando para el departamento de transporte del DPS, que se ha caracterizado por su escasez de personal.

El centro en la Primaria Swansea en el norte de Denver, está a 15 minutos a pie del Western Motor Inn, que ha servido como refugio no oficial para cientos de inmigrantes. Hace un mes, Swansea había inscrito a más de 50 estudiantes inmigrantes — y el centro estaba dándoles servicios a sus familias y a otras personas que se enteraban al correrse la voz, dijo la gerente Sandra Carrillo.

La gente entraba por la puerta del centro, a veces en grupos de seis o más miembros de la familia, dijo Carrillo. “Nos decían: ‘Acabamos de llegar hoy’”. El personal del centro se puso manos a la obra, proporcionando desde calcetines y ropa interior hasta ayuda para inscribir a los niños de 4 años en el nuevo programa preescolar gratuito de Colorado.

Entre los recién llegados al centro de Swansea había un hombre ciego de 27 años, dijo Carrillo. No tiene ningún documento de Venezuela que valide que es legalmente ciego. Esto ha resultado en obstáculos para que él consiga servicios como Access-a-Ride de RTD, que les ofrece transporte a personas con discapacidades. Pero el centro está haciendo todo lo posible por eliminar esos obstáculos.

La meta de este hombre es estudiar economía y ciencias de computadora en una universidad, nos dijo Carrillo. Él se matriculó en las clases de inglés del centro, pero todo el material era impreso en papel. Carrillo dijo que la administración aprobó rápidamente que el centro trabajara con una organización local sin fines de lucro a fin de conseguirle el software que necesita para participar en las clases.

“Cuando las familias nos hacen saber que están pasando por algo, acudimos a toda la comunidad para ver quién tiene recursos”, dijo Carrillo.

Aunque el trabajo puede ser complicado, la meta es sencilla.

Como nos señaló Carrillo, “Familias más felices, estudiantes más felices”.

Melanie Asmar es la corresponsal jefa de Chalkbeat Colorado. Comunícate con Melanie por correo electrónico a masmar@chalkbeat.org.

Traducido por Milly Suazo-Martinez

The Latest

Mumin’s 18-month tenure coincided with the commonwealth’s court-ordered reckoning with school funding disparity

Charter schools have been in Michigan for almost 30 years. Here are some major events in their history.

The schools as a whole show mixed results on tests such as the state’s ILEARN and IREAD exams.

The school board voted 7-2 to approve the agreement over the protestations of members of the public and two board members who said they wanted more time to consider the implications.

The move is meant to address declining enrollment.

Are the policies making students better readers? Some officials are encouraged.