El día antes de las vacaciones de primavera, el vestíbulo de la Roseville Community Charter School estaba repleto de alimentos.
Las vacaciones de abril significaban que las familias iban a pasar más de una semana sin el apoyo de la escuela elemental de Newark (Nueva Jersey), donde un 98% de los estudiantes vienen de familias en desventaja económica. Por eso, los empleados (preparados con mascarillas y guantes) se pararon en la entrada de la escuela esa tarde para repartir bolsas llenas de alimentos donados como cereal, pasta, popcorn y vegetales enlatados.
Cuando llegó una familia cuya casa se había incendiado, la Dra. Dionne Ledford, principal y directora ejecutiva de la escuela, les pidió hablar a un lado. Luego les entregó a la niña de tercer grado y a su madre una tarjeta de regalo de $1,100 recaudados por los empleados de la escuela para ayudarles a recuperarse.
Unos minutos después, Maranda Morinia vino a recoger material de la clase de música para su hija de cuarto grado, Brooklyn. Entre sus turnos de trabajo en una guardería y en Amazon, Morinia había visto un poco de las clases virtuales de Brooklyn y quedó impresionada. “Lo están haciendo muy bien”, le dijo a la principal.
“Estamos tratando”, dijo Ledford, una educadora con 32 años de experiencia que comenzó su carrera en Newark como maestra de niños con problemas de conducta. “Siempre decimos: No podemos hacerlo sin ustedes”
En Roseville, y en todas las escuelas, la pandemia ha derribado los muros que separaban la escuela del hogar. Las familias y los maestros desarrollaron una nueva intimidad al asomarse virtualmente a las salas del otro y escuchar sus conversaciones. Y mientras ambas partes se esforzaban por que los niños siguieran aprendiendo, se apoyaron bastante entre sí.
En Newark y en otros lugares, los padres que se enfrentaban a la pérdida de empleo, a problemas de vivienda y a la enfermedad de sus seres queridos acudían a las escuelas en busca de ayuda para obtener comida, asesoría y cuidado para los hijos. Y los maestros contaban con los padres y encargados para conectar a los estudiantes con las clases en línea y hacer cumplir las reglas del salón en la casa.
“No hubiésemos podido atravesar este año escolar sin la colaboración de los padres”, dijo Paula White, una ex líder escolar de Newark que a cargo de la organización Educators for Excellence-New York. “Ahora mismo, si no se involucra a los padres nada funciona”
Los educadores de Roseville fueron el soporte de los estudiantes durante pequeños y grandes desafíos, desde una mala conexión a Wi-Fi hasta la muerte de uno de los padres. Y la mayoría de las familias mantuvieron a sus hijos en las clases virtuales, incluso cuando eso requería conectarse desde un auto, un lugar de trabajo o hasta un país extranjero.
Si estas colaboraciones entre familias y escuelas sobrevivirán a la pandemia es una pregunta abierta que pronto se pondrá a prueba. A medida que empieza la recuperación de la pandemia de COVID, escuelas como Roseville necesitarán involucrar a las familias en los esfuerzos para reforzar el aprendizaje y la salud mental de los estudiantes. Y lo más urgente, las escuelas tienen que convencer a las familias, aún recelosas, de que es seguro reabrir los salones completamente este otoño.
“La única manera en que van a responder al mensaje”, dijo White, “es si confían en el mensajero”
Una comunidad en crisis se une
Cuando el coronavirus hizo que el mundo se encerrara la primavera pasada, Roseville estaba en mejor forma que muchas escuelas: Tenía computadoras portátiles disponibles para enviar a casa con cada uno de sus casi 300 estudiantes. Sin embargo, la tecnología serviría poco sin padres como los Dairos.
Oyefunmilola Dairo es auxiliar de enfermería certificada en un hospital de Elizabeth, y su esposo John trabaja en un centro de distribución de Papa John’s Pizza. La pareja, que emigró de Nigeria hace varios años, coordinó sus turnos de trabajo para que uno de ellos estuviera siempre con su hija, Abigail. Aunque ella terminó su Kinder aprendiendo desde una computadora portátil en su habitación y no en un salón de clases de Roseville, los padres de Abigail aseguraron que no se perdiera ningún día de clase.
“Encontramos la manera”, dijo Oyefunmilola, “y nos funcionó”
Cuando Nueva Jersey se convirtió en el epicentro de la pandemia el año pasado, los pacientes de COVID-19 inundaron el hospital donde trabajaba la mamá de Abigail. La familia Dairo no se enfermó, pero muchos otros residentes de Newark no fueron tan afortunados.
La población de la ciudad, en su mayoría de raza negra e hispana, era especialmente vulnerable al virus. Muchos padecían enfermedades preexistentes, como asma, o trabajaban en hogares de ancianos, almacenes y supermercados en los que el trabajo a remoto no era una opción. En abril de 2020, casi un 60% de las aproximadamente 8,000 pruebas de coronavirus hechas en Newark dieron positivo. Hasta este mes de junio, casi 360 de cada 100,000 habitantes de Newark habían muerto por COVID, el doble del promedio nacional.
A finales del verano, una creciente oleada de casos de COVID obligó a las escuelas de la ciudad (incluida Roseville), a descartar sus planes de reapertura y comenzar el año de forma virtual.
Esa fue una noticia dolorosa para la familia Dairo. Abigail no solo estaba empezando el primer grado, sino que su hijo de cuatro años, Michael, iba a empezar el preescolar. Y encima de todo, Oyefunmilola estaba embarazada. Sin embargo, los padres no tuvieron más remedio que seguir trabajando.
John hacía el turno de noche, dormía unas horas y llevaba a Abigail a la escuela a las 8 de la mañana. Oyefunmilola, que empezaba a trabajar en el hospital antes del amanecer, regresaba a la casa todos los días después de las 4 pm. Para entonces, ya John estaba esperando en su carro, listo para volver a trabajar.
“Tan pronto ella entra”, dijo, “yo salgo”
A pesar de sus agotadores horarios, la familia Dairo se sentía bendecida. No estaban entre los miles de residentes de Newark que perdieron sus empleos el año pasado cuando la pandemia paralizó la economía. La tasa de desempleo de la ciudad aumentó drásticamente, de un 6% en 2019 a más de 22% el pasado junio. Para agravar la situación, las oficinas de desempleo cerraron y los sistemas en línea se atascaron; hasta los beneficios federales de alimentos se atrasaron. Muchas familias recurrieron a bancos de comida.
“Nunca había visto filas para el pan tan largas en los 20 años que llevo trabajando aquí”, dijo Catherine Wilson, presidenta y CEO de United Way of Greater Newark, organización que estableció un fondo de ayuda de emergencia.
La escuela Roseville, que tiene los grados K-4 en un edificio que antes era una escuela católica en el noroeste de Newark, trató de hacer todo lo posible para ayudar a los estudiantes y sus familias a sobrevivir la tormenta.
El otoño pasado, los funcionarios de la escuela trajeron a los estudiantes discapacitados al edificio para recibir servicios en persona. Cuando Ledford escuchó cómo algunos padres trabajadores estaban teniendo dificultades para cuidar a sus hijos (incluso una empleada postal que tenía que desviarse de su ruta para ver a su hijo), Roseville permitió que los hijos de trabajadores esenciales aprendieran también en persona. (El arreglo duró hasta mediados de noviembre, cuando un estudiante y un empleado de la escuela contrajeron COVID y la escuela cambió a un currículo totalmente virtual)
Durante las clases de vídeo, los maestros se dieron cuenta del poco espacio que tenían algunas familias, y por eso la escuela compró bandejas para portátiles y audífonos con cancelación de ruido para todos los estudiantes. Ledford también insistió en que las actividades de fomento de comunidad continuaran en línea. La escuela ofreció talleres virtuales sobre crianza de los hijos, tecnología y finanzas. Los estudiantes y sus familias se reunían en Zoom para tener conciertos en días festivos, maratones de lectura y asambleas de toda la escuela en las que las cheerleaders agitaban sus pompones en la pantalla.
“Lo que hemos aprendido es la importancia de estar conectados”, dijo Ledford. “Nada puede sustituir eso.”
Los padres también estaban poniendo de su parte para mantener a los niños conectados con la escuela. No importa si llevaban a sus hijos a la casa de un familiar que los cuidaba, los llevaban a citas médicas, y hasta en algunos casos, abandonaban el país para quedarse con familiares en la República Dominicana, seguían asegurándose de que sus hijos se conectaran a las clases.
“Aunque los estudiantes estuvieran en el auto viajando con sus padres, podían asistir a la escuela”, dijo Morinia, la madre de cuarto grado. “Nadie va a ausentarse”
Roseville, reconociendo esos esfuerzos, trató de aligerar la carga de las familias. Molisa Cheng, la maestra de primer grado de Abigail, prometió a los padres este otoño que ella les enseñaría a sus hijos a ser autosuficientes.
“Ahora ella lo hace todo sola”, dijo Oyefunmilola sobre Abigail. “Dios mío, no sé cómo lo hicieron”
Una devolución parcial
A finales de abril, los salones de clase de Roseville empezaron a cobrar vida.
Después de 13 meses de aprendizaje a distancia, la mayoría de los estudiantes empezaron a volver a la escuela dos días a la semana. (Aproximadamente un tercio de los estudiantes continuaron un programa totalmente virtual) Ledford estaba encantada. Todos estaban cumpliendo los nuevos protocolos de seguridad. Y a pesar de cierta renuencia inicial, los maestros y estudiantes parecían estar tranquilos y entusiasmados. Los padres también estaban encantados.
“¡Ya me cansé de que estén en la casa!” Le dijo Charlene Bowman a Ledford mientras dejaba a su hija en la escuela el 20 de abril, durante la segunda semana de regreso de los estudiantes.
Dentro de la escuela esa mañana, el aprendizaje híbrido se estaba dando a cabo sin problemas, aunque se pareciera muy poco a la escuela de antes de la pandemia.
En un salón de primer grado, Molisa Cheng estaba enseñándoles a sus estudiantes en línea y presenciales ando una lección de lectura sobre la “mágica E muda”. Los cuatro estudiantes en el salón estaban sentados detrás de escudos de plástico y en pupitres muy separados. En vez de ver a la maestra Cheng en persona, la miraban en las pantallas de computadoras portátiles y escuchaban a través de gruesos audífonos. Durante el trabajo independiente, el único sonido era el zumbido del recién comprado purificador de aire.
Abigail había empezado a venir a la escuela los lunes y los miércoles, pero como era martes, estaba en casa. Después de la clase, aprovechó la conexión de Zoom para felicitar a un compañero.
“Y”, le dijo a Cheng, “quiero darte las gracias por ser nuestra maestra”
El regreso al salón de clases requirió ajustes. Ya los estudiantes no podrían acariciar a sus perros, perseguir a sus hermanos ni comerse una merienda cuando quisieran. “En la casa se pasan el día comiendo”, dijo Cheng, mientras una niña de salón sacaba un sándwich para la merienda de las 10:30 am.
En tiempos del COVID, los estudiantes ya no podrán trabajar en grupo ni cambiar de salón. Ahora, comen en sus pupitres y toman las clases de arte y educación física a través de Zoom. El simple hecho de interactuar en persona requirió un poco de reaprendizaje. “Era casi como si hubieran activado el botón de mute”, dijo Ledford.
Los cambios no les molestaron a estudiantes como Abigail, que atesoraba sus dos días a la semana en el salón. Cada noche, les preguntaba a sus padres si al día siguiente le tocaba ir a la “escuela de verdad”
“Es mi parte más favorita”, decía.
Aproximadamente la mitad de los estudiantes de Roseville son hispanos y un poco menos de la mitad son negros. El año de ausencia de la escuela física fue parte de una tendencia nacional, en la que los estudiantes negros e hispanos tenían más probabilidad que los blancos a permanecer en casa incluso cuando los salones comenzaron a reabrirse. Esos estudiantes también han experimentado las más grandes brechas de aprendizaje durante el año pasado.
Mientras tanto, muchos niños han luchado contra la ansiedad, el aislamiento, la depresión y otros retos de salud mental durante la pandemia. Sin embargo, los expertos afirman que los niños negros e hispanos de bajos ingresos tenían más riesgo de padecer estos problemas, ya que tienen mayor probabilidad de sufrir experiencias potencialmente traumáticas, como por ejemplo que un ser querido se enfermara o que uno de sus padres perdiera el trabajo.
“A estos niños lo que realmente les está causando dificultades es el estrés acumulado”, dijo el Dr. Mark Kitzie, director ejecutivo de la Youth Development Clinic of New Jersey, una clínica que brinda servicios de salud mental a los niños y adolescentes de Newark. “Es como cuando una olla de agua está a punto de hervir y usted sube el fuego”.
Roseville ha intentado fomentar el bienestar mental en el último año con clases de yoga virtuales y lecciones sobre destrezas socioemocionales, como por ejemplo la autorregulación. La escuela también ofreció consejería a los estudiantes que lo necesitaban. Entre ellos había un niño de primer grado que, justo en época de Navidad, perdió a su padre a causa del COVID-19.
Para algunos estudiantes, el proceso de sanación comenzó cuando volvieron a la escuela. Las clases presenciales les ofrecían un descanso de estar en casas con mucha gente y de la poca fiabilidad de Internet, y a la vez eran una dosis de coherencia y calma dos veces por semana.
Aprender en la casa “fue un poco difícil porque tuve algunos problemas con Internet”, dijo Erick, un estudiante de cuarto grado en el iluminado pasillo afuera de su salón. “Tenía que cuidar de mis hermanos menores cuando mi mamá no estaba”. Para él, volver a la escuela fue un alivio.
“Puedo ver a mis amigos y maestros”, dijo, “y puedo hacer mi trabajo sin distraerme”.
Michael Stokes Jr., maestro de matemáticas de cuarto grado, descubrió que muchos de sus estudiantes se concentraban más y progresaban más rápido en el salón. Los que habían permanecido callados en Zoom eran menos tímidos en persona.
“Yo pensé: ‘Espera, ¿este es el mismo estudiante que estaba en línea?’”, dijo.
Aun así, Stokes sabía que había un límite en la cantidad de aprendizaje que los estudiantes podían recuperar durante dos meses de clases presenciales a tiempo parcial. Y eso sin contar con el aproximadamente 30% de los estudiantes de Roseville que se habían quedado completamente en clases virtuales.
“Creo que cuando llegue el próximo año escolar, habrá muchos retos”, dijo, refiriéndose a las escuelas en general. “Van a tener que pensar, ¿Cómo conseguimos que estos estudiantes se pongan al día?”
Preparándose para lo que viene
A finales de mayo, la escuela Roseville empezó a enfocarse en el próximo año escolar.
Un día después del almuerzo, Cheng les pidió a sus estudiantes que compartieran las metas que habían escrito para el segundo grado. En el salón de clases, una estudiante dijo que aprendería a contar hasta 100; otra dijo que haría nuevos amigos. En Zoom, Abigail dijo: “Voy a hacer todo lo necesario para ser lo más inteligente que pueda”.
Luego Cheng llamó a cada uno de los estudiantes a una mesa a su lado, donde se sentó detrás de un divisor transparente como si fuese cajera de banco. A medida que los estudiantes leían los pasajes, ella evaluaba sus destrezas de lectura. “¡Creo que estás lista para el segundo grado!”, le dijo a una niña. Al igual que Stokes, notó que los estudiantes presenciales llevaban la delantera.
Cheng siguió dependiendo en la ayuda de los padres para mantener a los estudiantes enfocados. Los padres le enviaban mensajes de texto o de email sobre el trabajo de sus hijos, y Cheng se comunicaba con ellos cuando los niños se alejaban de la pantalla.
“No hubiésemos podido hacerlo sin los padres”, dijo.
Y la escuela Roseville no era la única enfocada en el otoño. El mes pasado, el gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, dijo que todos los estudiantes tienen que regresar a los salones de clase a tiempo completo el próximo año escolar. Las escuelas recibirán miles de millones de dólares federales adicionales para ayudar a recuperarse, y un 20% del dinero está destinado a cubrir las lagunas de aprendizaje.
Les esperaba mucho trabajo. Un reciente análisis estatal de los resultados de los exámenes de este año escolar reveló que más de la mitad de los estudiantes negros e hispanos estaban por debajo del nivel de grado en matemáticas e inglés, en comparación con menos del 30% de los estudiantes blancos. Este pasado invierno en la Roseville, solo un 27% de los alumnos de tercero y cuarto grado tuvo una puntuación igual o superior al promedio nacional en inglés en un examen llamado NWEA MAP, en comparación con un 24% en el otoño.
Ledford estaba ocupada planificando programas para el verano y el próximo otoño para ayudar a los estudiantes a ponerse al día, y también capacitación para ayudar a los maestros a identificar qué estudiantes están teniendo dificultades con su salud mental. Se sentía preparada para darles la bienvenida a todos los estudiantes al edificio, pero sabía que algunos padres que habían dejado a sus hijos en la casa esta primavera todavía tienen miedo. Los padres tenían motivos para preocuparse: Solamente un 44% de los adultos de Newark estaban completamente vacunados el 11 de junio, en comparación con un 65% de los adultos de todo el estado.
Por lo tanto, Ledford decidió que seguiría celebrando reuniones para discutir los planes de seguridad para el otoño y que contestaría todas las preguntas que las familias tuvieran.
“Cuando la gente confía en ti”, dijo, “está más dispuesta a estar ahí cuando la necesitas”.
A principios de junio, Roseville organizó las “Funlympics” (olimpiadas de la diversión) en el estacionamiento de la escuela. A pesar del calor de 90 grados, los estudiantes jugaron y lanzaron anillos mientras se escuchaban canciones de Kidz Bop. Mientras los estudiantes de Cheng corrían y balanceaban huevos de plástico sobre cucharas, Ledford les decía: “¡Despacio y con calma!” Aparte de las mascarillas, parecía cualquier otra celebración de fin de año.
Cheng roció a sus estudiantes con una botella de spray y los observó bailar. Unos días antes, había estado reflexionando sobre cómo habían superado este extraordinario año. Decidió que sin sus relaciones con los estudiantes y sus familias, “nada hubiese tenido éxito”.
“Sí espero que cuando las cosas vuelvan a la normalidad, no perdamos este sentido de comunidad”, dijo. “Cuando tienes esa comunidad, los padres harán cualquier cosa por ti, y tú como maestro haces cualquier cosa por ellos”
Algunos padres vinieron a ver los juegos. José Cabrera, que había mantenido a su hijo en escuela virtual, dijo que aún tenía “dudas” sobre el aprendizaje en persona el próximo otoño, pero que confía en la escuela. “Mientras los niños estén protegidos, estoy de acuerdo”, dijo.
Otra madre, Stephanie Miranda, se puso inicialmente nerviosa cuando envió a su hijo y a su hija a la escuela esta primavera. Luego notó el cambio positivo en ellos. “Están aprendiendo mucho más que en la casa”, dijo. Cerca de allí, su hija de primer grado, Eivelyn, agarró un pedazo de tiza y escribió “Best Day Ever” en el pavimento y le agregó un corazón.
Este artículo es parte de nuestra asociación con Univision 41.