Una lluviosa y húmeda mañana de junio, Brandy (de 10 años) y su hermano pequeño, Noel, se sentaron en sofás separados de su sala, vestidos con las camisetas de uniforme verde oscuro de la Roseville Community Charter School.
Con Chromebooks abiertas, se podían escuchar las voces de sus maestros y compañeros de clase. Como si estuvieran compitiendo por ser los más ruidosos, sus tres periquitos -Colores, Señorita y Sorpresa- estaban también piando y revoloteando en una jaula blanca. De vez en cuando, Brandy o Noel encendían el micrófono de la computadora para contestar la pregunta de un maestro.
La escena durante la última semana de clase fue organizada y relajada, aunque a veces cacofónica (muy diferente a los primeros días de aprendizaje virtual hace 15 meses para esta familia de cinco en Newark).
“Bueno, todo fue literalmente un caos”, dijo su mamá, Patricia Coyotecatl, recordando las primeras semanas de instrucción a distancia la primavera pasada.
Tras enfermar de COVID-19 y aislarse en casa con sus hijos durante semanas, Coyotecatl dice que el “apoyo, la paciencia y la compasión” de los maestros de la escuela chárter Roseville ayudaron a aliviar la ansiedad y los temores de sus hijos. La experiencia de su familia es un ejemplo de cómo los maestros de la escuela Roseville guiaron a los estudiantes y a sus padres esa primavera mientras las familias navegaban por el aprendizaje virtual y también enfrentaban enfermedad, pérdida de trabajo y otros obstáculos.
“Fue como si estuvieses en el mar y de repente una poderosa ola se te acercara y tuvieras que correr y agarrar a tus hijos y abrazarlos fuerte”, dijo. “En mi casa, lo que mayormente hizo esta pandemia fue afectarnos emocionalmente”
“Fue una situación en la que no sentía esperanza”
La familia de Coyotecatl vive en la comunidad de Roseville, al noroeste de Newark, en una tranquila calle de casas con múltiples unidades familias. A unos tres bloques al sur se encuentra la escuela chárter de K-4, a la que sus dos hijos mayores han asistido desde el Kinder; y a unos tres bloques al norte está el programa Early Head Start al que su hija de 4 años, Evelyn, asiste desde los seis meses.
Coyotecatl, de 46 años, emigró de México hace 17 años y conoció a su marido, Rosendo, en Nueva York. Habla un inglés limitado y mayormente habla español en casa con sus hijos. En la escuela, ambos están inscritos en el programa para aprender inglés (English Language Learners, o ELL).
En marzo de 2020, las escuelas y centros de educación temprana tuvieron de todo el estado se vieron obligados a cerrar en un esfuerzo por evitar la propagación del virus.
El virus afectó de forma desproporcionada a Newark y a sus residentes, predominantemente negros e hispanos.
En total, hasta la fecha ha habido 36,958 casos positivos en Newark. Esto significa que aproximadamente 1 de cada 7.5 residentes de Newark ha dado positivo para el virus, en comparación con 1 de cada 9 residentes de todo el estado. En términos de pérdida, casi 360 de cada 100,000 habitantes de Newark han muerto por COVID, el doble del promedio nacional.
Con una fuerza laboral que mayormente trabaja en negocios esenciales, desde hogares de ancianos hasta supermercados, y como el centro principal de transporte del norte de Nueva Jersey, la ciudad se convirtió en un epicentro del virus desde el principio.
Y Coyotecatl, que trabaja como niñera y vende joyería y cosméticos para empresas de venta directa, fue uno de los muchos residentes que se infectaron con el virus en esos primeros días de cuarentena.
“Fue una situación en la que no sentía esperanza””, dijo, recordando los síntomas que empezó a sentir apenas unos días después de que le dijeran a sus hijos que ya no podrían ir a la escuela en persona.
Por semanas, Coyotecatl tuvo fiebre, tos persistente, cansancio extremo, y pérdida del sentido del gusto y del olfato, dijo. También desarrolló una erupción persistente en los pies, las manos y los antebrazos, pero nunca pudo determinar la causa, dijo.
“Nunca fui al médico ni al hospital porque no tengo seguro ni dinero para eso”, dijo Coyotecatl. “Cuando me sentía realmente mal, decía: ‘Señor, ¿qué me está pasando?”
A través de llamadas telefónicas con amigos y cartas en español enviadas por las escuelas de sus hijos, Coyotecatl aprendió más sobre el virus. Sus amigos compartieron con ella varios remedios caseros. Dijo que para suprimir la tos, bebía tés de hierbas, añadiéndoles limón y ajo pelado a algunos, y medicamentos de venta libre. Al cabo de tres semanas, algunos síntomas empezaron a desaparecer. Finalmente le tomó dos meses para sentirse completamente recuperada.
Durante ese tiempo, ella y los niños se quedaron en casa mientras su esposo seguía trabajando como preparador de comidas para un restaurante de Nueva York y le ayudaba a hacer la compra cuando ella se sentía demasiado enferma para salir. Noel, de 9 años, inicialmente ayudaba a sus padres sacando la basura, pero incluso eso se volvió demasiado peligroso durante el pico de la primera ola de la pandemia.
“Las personas que vivían en el sótano tenían el virus y la familia del segundo piso también”, dijo. “No permitímos que los niños siquiera se acercaran a la puerta. Por meses estuvieron en esas cuatro paredes y solamente con sus computadoras.”
También le temían a lo desconocido.
“Estaba muy asustado porque no sabía si lo que estaba ocurriendo era realmente malo o si había una cura”, dijo Noel, que terminó el tercer grado este mes. “Me asusté mucho cuando mi mamá se enfermó porque había escuchado que mucha gente se estaba muriendo por el virus”
Aprendiendo a usar ‘Zoom’
Además de sus temores sobre el virus, la familia también tuvo problemas para adaptarse al aprendizaje a distancia. Antes de la pandemia, la familia de Coyotecatl no tenía acceso a Internet en su apartamento. Y cuando empezaron las clases a distancia, les dijeron que lo necesitarían para que los niños siguieran aprendiendo. Coyotecatl se inscribió en el servicio más económico que encontró, pero la conexión WiFi sigue siendo débil cuando se conectan varios equipos a la vez para tomar las clases en vivo.
“Tuve que aprender a conectarlos por Zoom, y aprender a checar las computadoras y a usar Google Classroom, y asegurar que tuvieran el enlace y la ID correcta, y cómo enviar un email”, dijo sobre los primeros días de escuela a distancia, cuando ayudaba a sus hijos mientras luchaba contra el cansancio y otros síntomas del COVID.
Todo el día, recordó Coyotecatl, escuchaba lo mismo:
“Mami, mira, la computadora no está funcionando.” “Mami, ahora que hago?” “Mami, la maestra dice que no me escucha bien.”
Era agotador.
Los estudios realizados en el último año han mostrado cómo la pandemia ha afectado drásticamente a las madres trabajadoras, desde tener que hacer “doble turno de trabajo” por las responsabilidades del hogar, hasta problemas de salud mental y preocupación por el aumento en el desempleo, especialmente entre las madres de minorías.
“Las madres latinas tienen 1.6 veces más probabilid que las blancas de encargarse de todo el cuidado de los niños y las tareas del hogar, y las madres negras tienen el doble de probabilidades de encargarse de estas tareas en la familia”, según un análisis de McKinsey and Company publicado en mayo.
´Estamos en esto juntos’
Para los niños de Coyotecatl, los maestros de Roseville fueron un salvavidas.
“No puedo decir cuántas veces tuve que decir: ‘Discúlpeme, pero no pudimos encontrar el enlace para conectarnos.’ Y me contestaban: ‘No hay ningún problema, estamos todos juntos en esto’, dijo Coyotecatl.
Añadió que los maestros le explicaban en español lo que no podía entender en inglés.
Después de más de un año en un modelo de enseñanza totalmente a distancia, Roseville comenzó a impartir clases presenciales en abril. Los estudiantes se dividieron en dos grupos. Hasta el último día de clase el 18 de junio, los estudiantes podían acudir en persona dos veces por semana.
La Dra. Dionne Ledford, principal y directora ejecutiva de la escuela, dijo que la asociación de la escuela con los padres fue esencial para mantener a los estudiantes encaminados en los últimos 15 meses.
“Siempre decimos: No podemos hacerlo sin ustedes”, dijo, refiriéndose a los padres.
Aunque algunos padres han dudado en dejar que sus hijos vuelvan a las clases presenciales — más o menos un tercio de los estudiantes se han mantenido en aprendizaje totalmente virtual — otros, como Coyotecatl, estaban ansiosos por ver cómo volvían a “una nueva normalidad.”
Desde abril, sus hijos de tercero y cuarto grado van a la escuela en persona dos veces por semana y los otros tres días toman clases en línea desde la casa. La más chiquita asiste a un centro de educación temprana de lunes a viernes.
“En términos de actividad física, apoyo emocional y apoyo académico, lo mejor para ellos es ir a la escuela” dijo ella.
Ella espera que el apoyo integral que sus hijos recibieron durante la pandemia (por ejemplo, clases de aprendizaje socio-emocional y tutorías extraescolares) se profundice más el próximo año académico, cuando las escuelas de todo el estado volverán a un programa de clases totalmente presencial.
Yo también prefiero estar en la escuela, dijo Noel.
“En las clases virtuales, a veces me distraigo durante la clase o el Internet deja de funcionar y me desconecto de la clase”, dijo en español. “En persona, los maestros pueden explicar la tarea, haya o no haya Internet. Y me gusta que podemos hacer muchas más cosas que no podemos hacer en casa”
Al pensar sobre el último año, Coyotecatl dice que el único aspecto positivo fue todo lo que ella y la familia aprendieron sobre tecnología y educación.
“Esta pandemia fue dura y nos dejó mucha tristeza, pero también nos dejó muchas lecciones”, dijo. “Sabemos un poco más de computadoras, de Google Classroom, de lo que nuestros hijos están aprendiendo y de cómo contestar el mensaje de un maestro por email. Fue a la fuerza, pero creo que resultó ser una de las mejores partes de esta experiencia”
Noel tenía cosas más importantes en la mente. Como lo difícil que será el cuarto grado. Y lo que se avecina para este verano.
“Estoy un poco nervioso porque no sé si va a ser muy duro, pero primero, este verano tenemos pensado ir a la playa”, dijo. “Eso es mejor que el verano pasado y me alegra.”
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