“Entonces, ¿quién sabe qué marca de zapatos no ha cambiado desde que se creó?” me preguntó mi instructora de clases de verano.
El salón se mantuvo en silencio. Entonces, varios de mis compañeros murmuraron entre ellos, pero nadie parecía saber la respuesta.
Como la niña que tenía el talento de conocer los hechos más triviales y al azar, yo sabía la respuesta: Converse. Los tenis han sido los mismos desde 1917.
Converse, es solamente dos sílabas, pensé. Seguro puedo decir dos sílabas. Sin embargo, solo pensarlo me llenó de pavor.
Mientras tanto, mis compañeros gritaban marcas al azar. Yo sacudí la cabeza hasta que, por proceso de eliminación, alguien por fin lo dijo: “¡Converse!” La instructora sonrió. “Sí, así es”, dijo. “Converse no ha cambiado desde 1917. “
Me senté y me dije que la próxima vez diría algo.
Pero este ciclo se repetía en la escuela, en discusiones de grupo y en las conversaciones diarias. Cuando tenía que hablar, la ansiedad podía ser insoportable. Me habría sentido más cómoda en silencio parada frente a un estadio lleno de gente que hablando con una sola persona.
Y yo sé que este reto no es solo mío. Más de una cuarta parte de los estudiantes en Estados Unidos son inmigrantes o por lo menos uno de sus padres lo es, según el director de la Inmigration Initiative at Harvard. Y para recién llegados que están aprendiendo inglés, el camino hacia la fluidez puede ser largo, incómodo y no contar con el apoyo obligatorio.
Mientras tanto, el grado de dominio del idioma de los estudiantes no solamente impacta su trayectoria académica; también puede afectar su bienestar mental, según un estudio publicado en la revista de Child and Adolescent Psychiatric Clinics of North America. Este hallazgo refleja mi proceso como inmigrante hispana, y es una experiencia compartida por muchos niños inmigrantes que llegan a Estados Unidos.
Aprender un idioma raramente es un camino directo.
Después de mudarme de Ecuador a Estados Unidos, aprendí rápidamente a escribir y leer en inglés, pero mis destrezas de comprensión y expresión oral aún necesitaban desarrollo. El sexto grado fue mi primer año en una escuela estadounidense, y en séptimo me asignaron en el programa ESL avanzado. En el salón me sentía segura y apoyada mientras practicaba inglés, pero afuera, el mundo parecía intimidante. Así que me aferré a la comunidad tan unida que habíamos creado los estudiantes inmigrantes y mis maestros. Nos unieron momentos de risas, lágrimas y las luchas compartidas de navegar un mundo nuevo.
Mi inglés progresó. Pero cada vez que pensaba en cambiar a una clase normal, lo descartaba. No me sentía preparada todavía.
Sin embargo, el tiempo pasó volando y cuando entré a octavo grado, las solicitudes de admisión a la secundaria estaban justo a la vuelta de la esquina. Debatí con lo que sabía que tenía que pasar. La secundaria que me gustaba no tenía un programa de inglés como segundo idioma, así que tendría que cambiar al salón de clases regulares. Mis maestros hicieron todo lo posible para que esa transición fuera posible. Reconociendo mi potencial, se aseguraron de que el idioma no fuera una barrera. Por eso les estaré eternamente agradecida.
“Es lo mejor para ti”, me había asegurado uno de mis maestros. De hecho, fue lo mejor, pero el mejor camino no siempre es el más fácil.
Durante esos meses iniciales de transición, no encontraba las palabras para expresarme. Y cuando las encontraba, me invadía ese miedo tan familiar. Antes, el poder de la palabra solía ser unas de mis fortalezas, y verme fallar en algo tan esencial — no solo para transmitir mis ideas, sino también para ser tomada en serio — era desalentador. No ayudaba que, a pesar de las horas de práctica, a veces parecía que no mejoraba.
Aprendí rápidamente que la impaciencia no hace que las cosas mejoren. Aprender un idioma raramente es un camino directo. Esforzarse más no siempre se traduce en más progreso. En cambio, tuve que aprender a ser paciente, pero eso tampoco es una transformación de la noche a la mañana. Todavía tenía mis momentos de frustración, pero al final me acostumbré a los vaivenes del aprendizaje.
No hubo un solo momento de revelación absoluta. De hecho, todavía no he podido eliminar todo el miedo que siento al hablar. Pero esto es lo que pasa con los idiomas: No son destinos; son viajes interminables. Hasta para los hablantes nativos. Es posible que nunca llegue a estar absolutamente lista, pero dar ese salto, aunque sienta terror hace que la próxima vez sea menos intimidante.
Karen Otavalo cursará el undécimo grado este próximo año, y adora dibujar y escribir en su tiempo libre. Este otoño se matriculará en el programa de política mundial del programa de IB en su escuela secundaria. Trabaja como asesora juvenil en National Crittenton y es practicante de Chalkbeat Student Voices en Newark. En el futuro, espera usar creatividad y alfabetización para ayudar a las comunidades desfavorecidas.