Los mensajes sonaban a todas horas, súplicas de padres que trataban desesperadamente de mantenerse al día con el aprendizaje a distancia mientras la pandemia de coronavirus se apoderaba de la ciudad de Nueva York.
Una contraseña para las lecciones de Zoom. El horario de clases de tercer grado. Problemas para entrar a la cuenta de email.
Todas las peticiones eran urgentes. Algunas eran críticas.
Facturas de agua, luz o electricidad vencidas. Sin comida en la casa. Haber llegado a un punto de crisis con un niño.
Los textos inundaron “P.S. 89 PTC 2019-2020,” un chat de grupo iniciado por la Parent Teacher Collaborative, o PTC (organización de padres y maestros) en WhatsApp. La primavera pasada se convirtió en un salvavidas para las familias de la escuela P.S. 89 de Cypress Hills, un pequeño barrio de Brooklyn que limita con Queens y que ha sido una de las comunidades más afectadas de la ciudad. Una de cada 10 personas del código postal 11207 de la escuela se infectó con el coronavirus. Murieron más de 300 personas.
Cuando la COVID interrumpió la escuela, la conversación en la aplicación de mensajes fue un lugar de encuentro virtual para compartir recordatorios de las horas de inicio de sesión y consejos para usar la plataforma Google Classroom. A medida que las familias perdían empleo, el chat era un puente para ayudar a inscribirse en beneficios para conseguir alimentos o recibir paquetes de asistencia llenos de productos esenciales difíciles de conseguir, como toallitas desinfectantes y papel de baño. Y mientras el nerviosismo y las pérdidas aumentaban, el grupo de mensajes servía para conectarse directamente con alguien que escuchara.
A menudo fue un esfuerzo conjunto, ya que tanto padres, maestros como líderes escolares entraban a la conversación y aportaban respuestas cuando las tenían. Por otro lado, atender la avalancha de necesidades recayó a menudo en un equipo de madres de la organización de padres de la P.S. 89. Mientras también se enfrentaban a la crisis, contestaron mensaje tras mensaje, asegurando que las familias tuvieran comida, recibieran apoyo técnico para el aprendizaje a distancia y tuvieran a alguien a quien recurrir aunque estuvieran aisladas en la casa.
Ayuda con solo un mensaje de texto
Cuando las escuelas cambiaron repentinamente a enseñanza en línea, muchos padres todavía no tenían tabletas o computadoras, Internet o siquiera cuentas de correo electrónico. Pero casi todos tenían un móvil con WhatsApp. La aplicación fue muy popular entre los numerosos inmigrantes que constituyen el núcleo de las familias de la P.S. 89, una escuela bilingüe (inglés y español) con estudiantes desde PreKinder hasta 8vo grado. Los 150 miembros del grupo incluían padres y personal escolar y se convirtió en la plaza virtual de una escuela que durante mucho tiempo se ha enorgullecido de sus fuertes relaciones con las familias.
“Se convirtió [en un lugar] donde los padres también se desahogaban: que si hay problemas, que como están,” dijo Ceucynth Cordero Ochoa. “Era una forma en la que tenían con quien hablar.”
Cordero empezó el chat poco antes de que llegara la pandemia. Con muchísima dedicación, ella había sido presidenta de la organización de padres de la escuela durante los dos últimos años. Sus tres hijos han asistido a la P.S. 89; desde que su hijo mayor (actualmente en séptimo grado) empezó el Kinder.
Cordero pensó que un grupo de WhatsApp sería una forma más eficaz de llamar la atención de los padres, ya que las hojas de información enviadas en las mochilas a menudo no se reciben. Otra ventaja es que las familias pueden tener acceso incluso si sus teléfonos se desconectan, ya que pueden seguir usando WhatsApp conectándose a las señales WiFi gratuitas de lugares como McDonald’s. Ella enviaba recordatorios sobre el “día del sombrero loco,” o la próxima noche familiar, cuando la escuela abre sus puertas para una comida comunitaria, o para una lección sobre cómo entender las asignaciones de matemáticas de sus hijos.
La participación de los padres siempre ha sido el núcleo de la misión de la P.S. 89: la escuela fue fundada en 1997 por un grupo de familias que no estaban satisfechas con las escuelas del área. Ese grupo creó una “escuela comunitaria,” la única del sistema escolar público de la ciudad en la que un padre codirector presta sus servicios junto al principal de la escuela. La escuela está colabora con la organización sin fines de lucro Cypress Hills Local Development Corporation para ayudar a las familias a resolver problemas que van más allá de lo académico, pero que pueden afectar al aprendizaje de los niños. El modelo abrió camino para el programa de escuelas comunitarias del departamento de educación de la ciudad, que ofrece servicios completos en la escuela y referidos para recibir servicios de salud mental y otros servicios sociales.
El enfoque comunitario de la escuela, junto con su programa de español, atrajo a Cordero a la P.S. 89 poco después de que ella y su familia llegaran de Puerto Rico, donde vivieron unos años después de dejar su país natal, la República Dominicana.
El 16 de marzo de 2020, cuando la ciudad de Nueva York ya había contado siete muertes por coronavirus, el sistema escolar más grande del país cerró todos sus edificios. El entonces canciller Richard Carranza les había asegurado a los neoyorquinos durante toda la semana que las escuelas solamente se cerrarían como último recurso. “Ahora tenemos que usar el último recurso,” dijo un domingo por la tarde, anunciando que el cierre sería efectivo al día siguiente.
Cordero no recuerda exactamente cómo se enteró de que las escuelas iban a cerrar, quizás lo escuchó en las noticias o recibió un correo electrónico de la escuela. Pero a partir de ese momento, la conversación en WhatsApp se encendió.
“El chat se volvió el centro de todo. De verdad que sí,” dijo. “Ese chat se volvió el corazón.”
Los padres enviaron fotos de cumpleaños celebrados en el encierro. Compartieron videos de estudiantes tocando flauta para un concurso de talentos virtual. Publicaron fotos de las pilas de libros que el departamento de educación envió a las familias que todavía estaban esperando la entrega de tabletas/computadoras, materiales que los maestros esperaban que mantuvieran a los niños aprendiendo. El padre coordinador envió un mensaje de felicitación en el que decía que, a pesar de todo, la asistencia había logrado mantenerse en un 98%.
También era el lugar para ponerse en contacto con ayuda muy necesaria.
“Saludos si alguien necesita alimentos en la iglesia cerca de la escuela están dando hoy,” escribió alguien en español.
“Yo fui, dan guineo, café, manzanas, zanahorias, limones, cereales, Gatorade,” comentó otra persona.
Y hubo preguntas - muchísimas preguntas - sobre cómo manejar la enseñanza a remoto.
“Los que ya recibieron la tableta, llegó por UPS o por FedEx?” preguntó uno de los padres, ya que le preocupaba que el iPad fuera robado si lo entregaban mientras no había nadie en la casa. “Buenos días si alguno de ustedes tuvo problemas con la conexión de Internet de las iPads del DOE, me dejan saber, yo tuve ese problema y lo pude solucionar,” dijo otro que les avisó a los otros padres que necesitaban descargar una actualización del software para poder conectarse.
Cordero contestó todas las preguntas que podía, y a la vez intentaba resolver los mismos problemas en su hogar. Su familia tenía una computadora portátil. Esa la usó el hijo mayor, que se acomodó en la sala y la hizo su propio salón de clases. Los dos hijos menores se conectaron a las clases desde un teléfono móvil y una tableta, sentados uno al lado del otro en la mesa de la cocina. Cordero buscó audífonos para los dos, que se esforzaban por oír a sus maestros por encima de las clases de los demás.
Y mientras todo esto pasaba, al chat seguían entrando mensajes de padres que necesitaban algo. En el ajetreo de esos primeros días y semanas, los asuntos más apremiantes eran la logística de tomar clases en línea y ofrecer apoyo técnico para una comunidad que en su mayoría no conocía nada de esto antes de la pandemia. Tan pronto supo cómo entrar a la cuenta de Google Classroom o descargar una actualización nueva en los iPads distribuidos por departamento de educación, Cordero participaba en conferencias telefónicas con otros padres que enviaban mensajes de texto al chat de grupo para que les ayudaran a resolver los mismos problemas.
Mientras sus hijos se acomodaban para aprender (Cordero pudo conseguir audífonos y por fin les llegó el iPad el departamento de educación), quedó claro que esto estaba apenas comenzando. Tuvo que comprar un teléfono móvil nuevo porque la batería del suyo se dañó por tanto uso. Dejó su trabajo de manejo de reservaciones de hotel en línea para poder atender a sus hijos y sus obligaciones en el PTC.
Cuando el especialista en apoyo técnico de la escuela ya no daba abasto, Cordero también empezó a ayudar. Las familias no entendían las instrucciones de los programas que aparecían en inglés en la pantalla, o no sabían cómo abrir un documento descargado, ni cómo encontrar una contraseña que les habían enviado en un mensaje de email.
Poco después del cierre de las escuelas, una familia pidió ayuda técnica en el chat. Cordero no tardó en aparecer en un videochat con ellos, ayudándoles a navegar por un laberinto de menús desplegables, aplicaciones y enlaces. Pasó un tiempo, y su teléfono recibió un nuevo mensaje de la misma familia. La mamá le escribió a Cordero que nadie en la casa estaba trabajando, y que las facturas vencidas es estaban acumulando. Les preocupaba que se les desconectaran la electricidad, con ella, la conexión estable con la escuela.
‘Hasta poder solucionar el problema’
Este problema se volvió cada vez más común. Mientras la pandemia hacía estragos, la tasa de desempleo en Cypress Hills pasó del 5% en febrero de 2020 al 25% en junio, según un análisis.
Cuando se enteraron de estos casos, el PTC hizo lo que pudo. Usaron los fondos en su pequeña cuenta de recaudación. En lugar de ir al Jardín Botánico de Brooklyn para ver los cerezos en flor, como los padres habían organizado en años anteriores, el PTC pagó por alimentos básicos como arroz, y ayudó a preparar paquetes llenos de toallitas desinfectantes y medicamentos para el dolor disponibles sin receta.
Los casos más difíciles, los que no se podían resolver con un paquete de alimentos, se les referían por Whatsapp a Cordero y a otras madres del PTC, que a su vez se los pasaban a la administración de la escuela y a Cypress Hills. Es entonces cuando el modelo de escuelas comunitarias entraría en acción: una red compuesta por personal de la escuela y de Cypress Hill pondría a las familias en contacto con los beneficios del programa SNAP, cheques de desempleo o una llamada a un trabajador social o consejero.
“Es como una cadena. Ellos se comunicaban conmigo. Yo me comunicaba con la escuela, con Cypress,” dijo Cordero. “Y así se te hacía el camino hasta poder solucionar el problema.”
“Somos una gran familia,” dijo.
Con frecuencia, la persona que recibía los casos era Amalfi Richard, la coordinadora de padres de la escuela. Mientras la pandemia seguía y las familias se atrincheraban, demasiado temerosas para salir de sus casas, Richard se puso su mascarilla y se dirigió a un puesto de frutas y vegetales cerca de la escuela y a la farmacia local. Compró lo que se necesitaba para los paquetes que se enviaban a las familias (pagando de su bolsillo hasta que el PTC creó una cuenta de recaudación de fondos en línea) y los llevó a las casas.
Richard recuerda haber comprado detergente y artículos de limpieza para una madre soltera que había contraído COVID y compartía el baño con otros cinco miembros de la familia. Richard también era miembro activo del grupo de chat, publicando fotos de una caravana de autos que visitó a los estudiantes de octavo grado que se graduaban, o enviando información sobre dónde los padres podían buscar mascarillas gratuitas.
“Necesito tener comunicación directa, así que WhatsApp me ayudó mucho,” dijo Richard. “Funcionó muy bien para las emergencias, sobre todo cuando las escuelas estaban cerradas, porque si la escuela está cerrada, ¿a qué número llamas?”
Por mucho que la escuela y las madres del PTC se las ingeniaran para ayudar, parecía que el grupo de chat no paraba de recibir mensajes con más trabajo por hacer. En un momento dado, el PTC dividió la tarea de contestar mensajes por grado escolar. Publicaban capturas de pantalla de los horarios de las clases y las traducían tanto al español como al inglés. Las madres del PTC compartieron sus teléfonos personales, y pronto los mensajes de chat se convirtieron en llamadas telefónicas.
‘No sé qué voy a hacer’
Las llamadas que más recuerda Carmen McKay, la secretaria del PTC, son las de los padres que se sentían agobiados por el aislamiento y el estrés de estar encerrados. Los padres, a menudo las madres, se encontraron de repente desempeñando el papel de maestro, cocinero y cuidador a tiempo completo, y todo esto mientras la enfermedad y las muertes seguían aumentando a su alrededor.
“Una mamá me llamó y me dijo: ‘Me voy a volver loca y no sé qué voy a hacer con mi hijo,’” recordó McKay. “Hablabas con una niña y te decía: ‘Mi mamá está muy enojada. Todo le molesta y no sé qué hacer.’”
Ella pasaba horas escuchando a los padres en sus peores momentos, les decía que respiraran profundamente y a veces hasta fue mediadora.
“Con solo pensar en cómo fue, es realmente abrumador,” recordó McKay. Aun así, se alegra de que los padres “confiaran en nosotros lo suficiente como para levantar el teléfono.”
“Es bueno ver que esa pequeña conversación que tienes con ese padre o madre le ayuda a calmarse,” dijo McKay. “Sabemos que no somos nosotros. Es todo ese estrés.”
Durante todo el tiempo que estuvo escuchando a otros padres, no compartió mucho sobre sus propios retos. McKay, que trabajaba a tiempo parcial cuidando a dos niños, vivía con su hija en la casa de su empleador para no exponerse al virus viajando hacia y desde el trabajo. Su esposo permaneció en el apartamento de la familia en Canarsie. Aunque ambos pudieron seguir trabajando, pasaron dos meses separados. McKay encontró sus propias formas de manejar la situación.
“Hice mucho yoga. Leí mucho. Y recé mucho, sobre todo cuando tenía que escuchar a padres muy frustrados con sus hijos, porque eso era difícil,” dijo.
La escuela regresa a enseñanza presencial, pero el chat continúa
Este año escolar ha sido tumultuoso, y el chat de WhatsApp sigue viento en popa. En el otoño, después de que dos retrasos en el inicio de las clases demoraran la reapertura de las escuelas casi un mes, el chat era donde las familias podían recibir recordatorios de qué días estaría cada grupo en la escuela. El regreso a clases en la ciudad de Nueva York era complicado, ya que la mayoría de los niños estaban aprendiendo exclusivamente desde casa, pero el distanciamiento social hacía que los niños presenciales siguieran horarios híbridos que a veces confundían (iban a la escuela unos días, y se quedaban en casa otros.) Aproximadamente la mitad de los 460 estudiantes de la escuela volvieron al edificio este año. Cuando los casos positivos de coronavirus obligaban a cerrar la escuela otra vez — algo que ocurría con tanta frecuencia que la escuela cerró aproximadamente cada dos semanas, según el director — el aviso se publicaba en WhatsApp.
Según las normas de distanciamiento social se relajaron y permitieron que los niños de primaria regresen a la escuela cinco días a la semana, y el aumento de las personas vacunadas hizo que el índice de casos de COVID en la ciudad esté en el nivel más bajo hasta la fecha, el grupo de chat se ha convertido menos en un triage y más en un lugar para enterarse sobre talleres para padres sobre todo tipo de temas, desde alimentación saludable hasta cómo manejar el estrés.
Richard, la coordinadora de padres, usa el chat estos días para recordarles a los padres sobre sus clases regulares de cocina. Antes de la pandemia, los padres cocinaban juntos en la cocina de la escuela. Ahora, Richard publica las recetas en el chat, y los padres acuden a la escuela para recoger una bolsa de ingredientes frescos. Los viernes cocinan todos juntos por videollamada. Después, los padres publican en el chat fotos de los platos que prepararon.
“No todo es la pandemia, la pandemia, la pandemia,” dijo Richard. “Ahora incluye el bienestar y cómo cuidar tus sentimientos. También resalta ese sentido de familia, de unidad.”
Después de encontrar tanta comunidad en las conversaciones, la P.S. 89 también está tratando de atraer a los padres y estudiantes de vuelta al campus con una reunión semanal para que los padres hagan jardinería juntos.
Está claro que escuelas como la P.S. 89 han cambiado para siempre por el coronavirus. Uno de sus impactos duraderos, dijo la principal Irene León, será todas las nuevas formas que encontraron para comunicarse con los padres. Eso incluye una nueva dirección de correo electrónico a la que los padres de la escuela pueden enviar preguntas, y el grupo de WhatsApp.
“Tenemos el pulso real de dónde están todos,” dijo León. “Mucho de lo que aprendimos este año pasado va a continuar.”
Este artículo es parte de nuestra asociación con Univision 41.