A Yasirys Pichardo le entusiasmaba empezar un nuevo trabajo a finales de febrero de 2020 supervisando el programa extraescolar en la P.S. 89 de Brooklyn, una escuela bilingüe de PreKinder a 8vo grado.
En menos de un mes, mientras el coronavirus hacía estragos en la ciudad de Nueva York y se cerraban los edificios escolares, el nuevo trabajo de Pichardo se había transformado por completo. Ella y sus colegas de Cypress Hills Local Development Corporation, la organización comunitaria que administra el programa extraescolar, se encontraron haciendo triaje en un barrio muy afectado por el virus.
Trabajando mano a mano con la escuela y con padres líderes, la organización brindó apoyo adicional y conexión en un momento de incertidumbre y pérdida. Ellos capacitaron a familias no familiarizadas con tecnología para ayudar a los niños en el aprendizaje a distancia, y conectaron a los padres que perdieron su empleo con el programa de cupones de alimentos. El grupo también envió 85 paquetes de artículos esenciales a las familias que contrajeron COVID y verificaba el bienestar de las demás; al principio Pichardo hizo 60 llamadas telefónicas en un día. Algunos días, las llamadas resultaban en muy pocas noticias buenas.
“Ya tenía una relación con esas familias,” dijo Pichardo, que se mudó a Cypress Hills desde la República Dominicana a los 13 años. “Ellos me decían: ‘Me estoy volviendo loco aquí. No sé cómo hacer esto.’”
Escuelas como la P.S. 89 durante mucho han sido redes de seguridad para los padres y estudiantes, forjando fuertes vínculos con las organizaciones de la comunidad. Pero esas necesidades adquirieron una nueva urgencia durante la pandemia, ya que empleados como Pichardo — gente con profundas raíces en la comunidad y en quien los residentes confían — mantuvieron unidas a las comunidades mientras navegaban ellos mismos por la crisis.
Pichardo tenía dos hijos pequeños en casa. Durante las primeras semanas, su esposo siguió trabajando como conductor de Uber. Y su abuelo (que vivía en el piso de arriba de ella) se enfermó de COVID, fue hospitalizado y no pudo recibir visitas hasta que se perdió toda esperanza de recuperarse, y llegó el momento de decir adiós.
En un momento dado, Pichardo lloró durante una llamada con sus supervisores. Ellos le urgieron que tomara un descanso, pero ella no quería detenerse; había demasiado trabajo por hacer, y ese trabajo le distraía de sus propios problemas.
“Era un lugar en el que podía desconectarme de mi realidad,” relató.
Pichardo y sus colegas pasaron 15 meses ayudando a estudiantes y padres a sobrevivir. Las cifras de contagio de COVID eran más altas en Cypress Hills que en el resto del barrio y la ciudad, ya que en esa área (donde la mayoría son inmigrantes) las condiciones de vivienda eran ideales para la propagación del coronavirus. Muchas familias viven juntas, y Cypress Hills está entre las áreas más superpobladas de la ciudad. Aquí, es frecuente ver unidades de vivienda en sótano con mala ventilación. Muchos de los residentes que conservaron sus empleos eran en el sector de los servicios, lo que les obligaba a trabajar fuera de casa cuando gran parte del resto de la ciudad permanecía cerrada. Ahora, la amenaza inicial del virus ha disminuido para la comunidad de la P.S. 89, ya que el porcentaje de pruebas positivas está bajando, la cantidad de personas vacunadas aumenta, y aproximadamente la mitad de los estudiantes han regresado al edificio de la escuela. No obstante, el efecto económico y mental siguen siendo alto ahora que la comunidad está empezando el largo camino de recuperación, vuelta a la normalidad y sanación.
‘Acude a nosotros si necesitas apoyo’
La P.S. 89 abrió sus puertas en 1997 cuando los padres del vecindario y Cypress Hills LDC se asociaron para crear la escuela bilingüe. El alto edificio de ladrillos rojos, que está en la arbolada avenida Warwick, depende de la agencia de servicios sociales para conectar a las familias necesitadas con ayuda para vivienda o beneficios de alimentos. Esta colaboración empezó mucho antes del programa de “escuelas comunitarias” de la ciudad, que comenzó en 2014.
“Si tienen algún reto en la vida, queremos que se sientan bienvenidos y que acudan a nosotros para recibir apoyo,” dijo Irene León, principal de la escuela.
La P.S. 89 atiende a una población con muchas necesidades: El 94% de los estudiantes proviene de familias con pocos ingresos y el 43% están aprendiendo inglés como nuevo idioma, según datos estatales del año pasado. Casi todos los estudiantes se identificaron como hispanos o latinos. Aproximadamente 4 de cada 10 residentes de Cypress Hills nacieron fuera de Estados Unidos, según los datos del censo, y un tercio de ellos son de la República Dominicana, como Pichardo y su familia.
Pichardo apenas sabía inglés cuando llegó a Cypress Hills hace casi dos décadas, un área que colinda con East New York por un lado y con Queens por el otro, situada por debajo de Highland Park y cementerios, y salpicada de muchos restaurantes, barberías y colmados de propiedad dominicana. Ella se acomodó pronto en la escuela y en una casa a unos 20 bloques de la P.S. 89. En una tarde reciente, Pichardo (que se mantenía erguida con un traje pantalón color crema), señaló la bodega donde solía comprar papas fritas después de las clases en la cercana Escuela Superior Franklin K. Lane. Cuando se graduó, se matriculó en el York College con el sueño de ser maestra.
Se sostuvo en la escuela con un trabajo de supermercado, pero cambió de rumbo cuando uno de sus amigos le sugirió que solicitara un trabajo de programación para jóvenes en Cypress Hills LDC. Durante la próxima década, fue subiendo por la organización.
A las pocas semanas de asumir su nuevo cargo el año pasado, tuvo que rediseñar la estrategia para apoyar a las más de 300 familias que asistían al programa de enseñanza de la P.S. 89 en las tardes.
“Fue una montaña rusa,” dijo Pichardo.
Los primeros días de la pandemia
La primera semana que los edificios escolares estuvieron cerrados en marzo de 2020, el equipo de aproximadamente 30 empleados se dedicó a la tarea de ver cómo resolvían la logística de las actividades del programa en medio de una pandemia. Si el programa ya no iba a tener la función de cuidado de niños para los padres que trabajan, ¿cómo iba a seguir ayudando con las asignaciones y ofreciéndoles actividades divertidas a cientos de niños?
Cuando el equipo empezó a hacer llamadas para ver cómo estaban las familias, Pichardo determinó que, al igual que cientos de miles de familias en toda la ciudad, muchos estudiantes de la P.S. 89 no tenían internet ni computadoras en la casa, y tampoco sabían usar programas como Zoom o Google Meets. Su propio equipo, de hecho, apenas había usado esas plataformas.
Pasaron unas semanas en un torbellino de actividad y finalmente empezaron a ofrecer actividades a remoto, en las que el personal inscribía a los padres para que la ciudad les enviara computadoras/tabletas con conexión a Internet, organizaba sesiones de capacitación y ayuda para las asignaciones, y enviaba recordatorios. Algunas familias se unieron rápidamente; otras esperaron semanas por las computadoras o batallaron para entender cómo usar el software.
A medida que la pandemia se prolongaba, las llamadas a las familias pasaron de ser una ayuda técnica a algo más pesado.
Durante una llamada al principio de la pandemia, Pichardo se enteró de que el padrastro de una estudiante — un hombre joven que había visto en varias ocasiones — había muerto de COVID en la casa mientras el niño estaba ahí. El cuerpo no fue retirado por varias horas.
Más recientemente, llamó a la madre de otro estudiante que faltó a las actividades de las tardes. La madre contestó la llamada desde la República Dominicana, donde había llevado a sus dos hijos después de que los médicos advirtieran que su esposo podría estar muriendo en la isla. Esa madre, Adelfa Francisco, dijo que las llamadas y los mensajes de texto le ayudaron a manejar el aprendizaje a distancia de sus hijos de segundo y cuarto grado desde otro país.
“A veces quieres escuchar: ‘¿Cómo estás? ¿Cómo va todo?’” dijo. “Me sentía mejor con esa pequeña llamada o mensaje.”
Pichardo recuerda a padres que le contaban que habían perdido sus trabajos porque tenían que quedarse en casa con sus hijos, y muchos no tenían suficiente dinero para comer. Según un análisis, la tasa de desempleo en Cypress Hills subió de 5% en febrero a 25% en junio del mismo año. Pichardo refería a las familias en apuros a otros empleados de Cypress Hills, que les ayudaban a inscribirse en beneficios a través del Programa SNAP (programa federal de asistencia nutricional) o les daban tarjetas de regalo para supermercados.
En toda la comunidad, la organización ha ayudado con 145 solicitudes del programa SNAP, ha distribuido 11,000 bolsas de comida y ha repartido 453 tarjetas de regalo de supermercado. Los asesores de vivienda de la agencia han estado trabajando con familias que necesitan ayuda para el alquiler o modificaciones en préstamos hipotecarios y se preparan para más problemas relacionados con la vivienda, ya que la moratoria sobre los desahucios y las ejecuciones hipotecarias está programada para terminar en septiembre.
Pero mientras estos esfuerzos tomaban vuelo, Pichardo empezó a lidiar con su propia crisis en casa.
En abril de 2020, su abuelo de 72 años (que vivía un piso más arriba de su casa de St. Albans, Queens, con sus padres, su abuela y su hermano menor) pensó que estaba resfriado. Pocos días después, no podía respirar. Los paramédicos lo llevaron a un hospital donde empezaron a tratar el COVID, pero debido a las restricciones de la pandemia, la familia de Pichardo no podía visitarlo.
Otros miembros de la familia y Pichardo empezaron a sentirse mal, pero la mayoría no tuvo acceso a las pruebas, que en ese momento eran limitadas. Su papá y su hermano más tarde dieron positivo en las pruebas de anticuerpos contra el coronavirus.
Como sus papás no hablan inglés, y su hermano (maestro) a menudo no podía contestar el teléfono durante el día, Pichardo se convirtió en el contacto principal del hospital. Por lo tanto, se empezaron a mezclar el trabajo y las llamadas sobre la condición del abuelo.
Esto se sumaba a todas las responsabilidades del hogar con sus hijos de 4 años y de 6 meses. Su mamá le ayudó a cuidar el bebé, pero Pichardo tuvo que encontrar equilibrio entre las reuniones y cuidar a su hijo mayor, lo cual incluía ayudarle en las clases de preescolar a remoto. Su esposo, como muchos en su comunidad, tuvo que seguir conduciendo para Uber, pero en poco tiempo la familia decidió que era más seguro para él quedarse en casa.
A veces Pichardo terminaba de trabajar a las 8 de la noche, y tratar de manejarlo todo a la vez le hacía sentir que estaba descuidando a sus hijos.
Poco antes de que terminara el ajetreado año escolar, la familia de Pichardo pudo visitar al abuelo, pero solamente “cuando ya no quedaba esperanza.”
El abuelo murió el 8 de junio de 2020. Finalmente, Pichardo se tomó una semana libre para ayudar en los preparativos del funeral.
Prepararse para el nuevo año escolar
Al mes siguiente Pichardo regresó a trabajar en persona en el campamento de verano, donde unos 40 niños con mascarillas volvieron a la escuela por primera vez desde marzo de 2020. El campamento no fue poca cosa. Organizaciones como Cypress Hills LDC tuvieron que trabajar a la carrera para organizar programas cuando los recortes de presupuesto de la ciudad fueron cancelados a último minuto, y la incertidumbre sobre las normas de seguridad para campamentos de verano complicó la planificación.
Para Pichardo, esto era un ensayo para el regreso a clases en persona en otoño. Al llegar, se les tomaba la temperatura a los niños. Una vez adentro, los niños se mantenían a seis pies de distancia mientras aprendían sobre diferentes continentes y culturas, pero salían al patio para tomar aire o bailar. A Pichardo le sorprendió de buena manera que los niños cumplieron todas las reglas de seguridad.
“Para mí fue gratificante porque los niños estuvieron en la casa durante meses,” dijo Pichardo. “No todo el mundo tiene un patio para jugar”
Pichardo cree que el programa de verano ayudó un poco a recuperar la confianza para tener escuela presencial al comienzo de este año académico. Todos los niños que asistieron al campamento escogieron el programa de aprendizaje híbrido, dijo.
Este pasado septiembre, Pichardo pudo por fin ver que el programa después de la escuela se estaba pareciendo más a como era antes de la pandemia. Al principio solamente asistían unos 43 estudiantes en días alternos, mientras que unos 25 estudiantes se mantuvieron totalmente a remoto desde la casa. La participación creció con el tiempo: ahora, un poco más de 250 estudiantes se han unido y 108 de ellos asiste en persona. Muchas partes del programa se ven como era antes de la pandemia, desde la ayuda con las asignaciones hasta las manualidades, el fitness y el baile. Pero hay algunas diferencias, mayormente que los estudiantes presenciales y virtuales participan en la misma videoconferencia con los instructores, y un grupo de “líderes de grupo” ayudan a los estudiantes que están en la escuela.
Un día reciente, un instructor de arte a remoto compartió “datos divertidos” sobre las hormigas con estudiantes en dos salones distintos y un niño que se había conectado virtualmente, y luego les mostró cómo dibujar el cuerpo de una hormiga. Los niños presenciales se acercaban a la cámara para mostrarle sus obras de arte al instructor, mientras que el alumno virtual encendía la cámara para compartirlas.
Otro instructor a remoto dirigió una sesión de baile de estilo libre para los estudiantes de Kinder. Dos salones de clase presencial participaron a través de Zoom, y un niño se conectó desde la casa y siguió bailando hasta cuando la musica se detuvo. Todos movieron las manos y los pies bailando al ritmo de las canciones “Señorita” de Camila Cabello y “They Don’t Care About Us” de Michael Jackson.
Pichardo ha notado también que los estudiantes que se conectan desde casa están agotados. Después de un día completo en Zoom, a veces “simplemente no quieren hacerlo” y no se presentan, dijo Pichardo.
Con el tiempo, el personal de las actividades después de la escuela ha añadido más actividades divertidas diseñadas para ayudar a los padres y a los estudiantes a eliminar la melancolía por la pandemia, e incluyó una noche de Zumba virtual para las familias.
La escuela en persona, por supuesto, trajo otro reto para las familias: el cierre de escuelas otra vez debido a casos positivos de COVID. La organización de Pichardo se mantuvo ofreciendo las actividades después de la escuela de forma virtual, pero eso no era útil para las familias que necesitaban cuidado de niños, y cuando llamaba a las familias, Pichardo escuchó de padres que no podían trabajar debido al cierre o que tenían que dejar sus trabajos. Debido a los casos positivos al principio de este año, la escuela se vio obligada a cerrar “cada dos semanas,” dijo la principal. Estos cierres frecuentes disminuyeron en la primavera, cuando la ciudad revocó una regla conservadora que obligaba a cerrar las escuelas si se reportaban dos casos de coronavirus “no relacionados.”
“Esto es algo con lo que tenemos que vivir”
Aunque las cosas han cambiado mucho desde que empezó la pandemia, Pichardo dice que su equipo sigue llamando a las familias una vez a la semana para ver cómo están. Hoy en día, no tiene noticias de problemas técnicos ni de familiares enfermos. Los padres ya no están tan desesperados ni estresados. Están manejando el dolor de pérdidas y están cansados, pero más familias le dicen que “todo está bien,” dijo.
“No sé si es porque ya estamos acostumbrándonos, o sea, ya sabemos que es algo con lo que tenemos que vivir,” dijo Pichardo.
Los funcionarios de la ciudad parecen estar reconociendo el impacto que tuvieron en la pandemia las escuelas como la P.S. 89, que tienen vínculos con organizaciones comunitarias. Este verano, gracias a los fondos federales de ayuda, la ciudad está planeando un amplio programa de verano que combina lo académico con actividades de enriquecimiento en asociación con organizaciones comunitarias. A diferencia de años anteriores, Pichardo dijo que la escuela dirigirá un programa académico por la mañana, con ayuda de su equipo, y que su organización supervisará las actividades de la tarde.
Además, el alcalde Bill de Blasio propone ahora 140 nuevas escuelas comunitarias, afirmando que este modelo (que ofrece servicios físicos, mentales y sociales) puede ayudar a los estudiantes de estas zonas a recuperarse. Con la promesa de más fondos, la P.S. 89 solicitó por primera vez formar parte del programa formal de escuelas comunitarias.
Sin importar cuál sea la designación oficial de la escuela, Pichardo y su equipo seguirán apoyando a las familias que no se han recuperado del trauma o las pérdidas económicas de la pandemia. A medida que la economía se recupere, algunas necesidades críticas no desaparecerán, dijo Pichardo.
“Sé que las cosas han mejorado ahora que las cifras [del coronavirus] son menos, pero creo que las familias seguirán necesitando comida y vivienda, y nosotros les vamos a proporcionar lo que necesitan.”
Amy Zimmer y Christina Veiga aportaron a este reportaje.
Este artículo es parte de nuestra asociación con Univision 41.