Acerca de esta serie: Hace cuatro años, los reporteros de Chalkbeat documentaron las historias de estudiantes de primer año de high school que vivían un año crucial a través de llamadas de Zoom y detrás de mascarillas. Estos estudiantes, que vivieron el primer año a distancia, son ahora seniors que se van a graduar. ¿Cómo moldeó la pandemia sus vidas en high school? ¿Cómo se materializaron sus expectativas para estos cuatro años formativos? Nos pusimos al día con estos miembros de la clase del 2024 para averiguarlo.
Una multitud de estudiantes de último curso de Bronx se amontonaba en el patio del colegio, deleitándose con empanadas, bailando al ritmo de la música y trepando un circuito de obstáculos inflable. Era el día en el cual los estudiantes deciden a qué universidad irán y el asfalto frente a la Urban Assembly School for Applied Math and Science se había transformado en un carnaval.
Aquella tarde sofocante fue uno de los últimos días de Ashanty Peralta en la escuela a la que ha acudido desde sexto grado. La escena fue todo lo contrario a la de su primer año, cuando Ashanty era una de sólo dos estudiantes en su clase el primer día de clases presenciales.
En octubre del 2020, la ciudad de Nueva York se encontraba inmersa en la pandemia, y el Bronx en aquel momento había sufrido las tasas más altas de infecciones, hospitalizaciones y muertes por COVID de cualquier región de la cuidad. Los funcionarios locales se apresuraron a reabrir las aulas, pero la mitad de los estudiantes de la ciudad y la mayoría de los compañeros de Ashanty en AMS optaron por quedarse en casa y aprender virtualmente. Ella estaba entre los millones de estudiantes de high school estadounidenses que vivieron su primer año de high school detrás de una mascarilla y con distanciamiento social.
Cuatro años después, aún hay algunas botellas de alcohol desinfectante en AMS. Un termómetro, ahora en desuso, que antes servía para comprobar si los estudiantes tenían fiebre, sigue atornillado a la pared. Sin embargo, Ashanty no pensaba en aquellos tiempos mientras zigzagueaba por el patio.
Sus maestros y compañeros tomaron turnos para garabatear notas de despedida en su camiseta roja del “día de la decisión”. “Tienes tanta motivación y eres una gran luchadora”, escribió un maestro.
“Eres la más dulce de todas y te voy a extrañar tanto”, añadió una compañera. Al final de la tarde quedaban muy pocos huecos vacíos.
“Yo era uno de esos chicos con muchas ganas de socializar,” dijo Ashanty. “Puedo ver lo mucho que he crecido”.
Pero el camino de Ashanty hacia su último año de high school estuvo plagado de contratiempos. Aunque esperaba recibir apoyo en persona de sus maestros y empezar a hacer amigos en su primer año, una orden municipal que obligaba a cerrar los edificios escolares en noviembre hizo que pasara casi todo el año detrás de un monitor.
Mientras tanto, su vida familiar se desmoronaba. Ashanty, su madre y sus dos hermanos pequeños se mudaron tres veces en cuatro años, estableciéndose en Manhattan durante su primer y segundo año de high school antes de regresar al Bronx. En lugar de caminar 10 minutos para llegar a la escuela, algunos días tenía que viajar más de una hora en subte, lo que dificultaba su participación en clubes y otras actividades.
Cuando su madre se fracturó un dedo del pie, Ashanty también asumió algunas de las tareas de cocina y del lavado de la ropa.
“Tuve que ponerme las pilas y ser madre de mis hermanos también”, que en aquel momento tenían 12 y 3 años, cuenta Ashanty. La situación la dejó “sin motivación” para las tareas escolares y se preguntaba si pasaría sus clases.
Durante el segundo año, las cosas no mejoraron mucho. A pesar de que todos los estudiantes debían volver a la escuela en persona, Ashanty aún vivía lejos de la institución y le costaba volver a adaptarse.
“El primer año de high school en realidad no tenía muchos amigos,” ella dijo. “Y una vez que empecé décimo grado, pensaba: ‘A estas alturas ni siquiera sé cómo hacer amigos’”.
Fue un momento difícil. Pero ella decidió involucrarse en la comunidad de la escuela en vez de alejarse de ella. “Me empujó mucho a ser más madura”, dijo Ashanty. “Me hizo querer unirme a la mayor cantidad de clubes posible. Quería estar en cualquier sitio menos en casa”.
Confiar en sí misma y elevar a los demás
Los clubes y los deportes se convirtieron en su salvación.
Ashanty es tímida por naturaleza, pero se apuntó a todo tipo de clubes, desde cocina y cerámica hasta softball y voleibol.
“Si estaba en un club tenía compañeros de equipo. Y tus compañeros de equipo no son gente con la que te vayas a pelear,” dijo Ashanty. “Era una de las maneras más fáciles de hacer amigos.”
Ashanty dijo que, aunque le gustaba socializar, no consiguió consolidar un grupo de amistades íntimo. Sin embargo, el atletismo la ayudó a establecer un vínculo mucho más fuerte con su hermano Albert, que ahora cursa el último año en AMS.
Los dos practicaban deportes juntos frecuentemente, como el tenis y el taekwondo. Después de alentar a Albert durante un combate de lucha, Ashanty se atrevió a incorporarse al equipo. A menudo competía contra varones.
“Ese primer año era un tanto tímida,” dijo Chaka Baker, el entrenador de lucha de la escuela.
Esa reticencia no duró mucho. Baker recuerda cuando Ashanty perdió por muy poco contra un joven de Queens.
“Le agarró bien, lo tumbó y aterrizó de espaldas — todo el gimnasio estalló entre aplausos y ovaciones,” dijo Baker. “Incluso después de una derrota tan difícil como ésa, ella mantuvo su frente en alto.” Con el paso del tiempo, Ashanty llegó a ser capitana del equipo durante dos temporadas, logró el reconocimiento como una de las luchadoras más destacadas de toda la ciudad y tuvo la oportunidad de viajar para competir en otras ciudades, como Filadelfia y Chicago.
A medida que Ashanty tenía más confianza en sí misma, ella también iba profundizando los vínculos con sus maestros. Al principio no le gustaba historia, pero su actitud cambió el segundo año en la clase de historia del mundo de Travis Taylor. Le cautivaban los temas que invitaban al debate, como la crisis de los misiles cubanos y el conflicto Palestino-Israelí.
“Cambió toda mi perspectiva sobre la escuela y la educación,” dijo Ashanty. “Con su clase siempre tenía ganas de estar aquí”.
Esta experiencia la llevó a proponerle a su director una petición poco habitual: ¿Podría ayudar a dar la clase durante su undécimo año?
Con la bendición del director, Ashanty pasó sus períodos de asesoramiento en el aula de Taylor, frecuentemente repasando el material uno a uno con los estudiantes que estaban atrasados, y enseñando de forma conjunta algunas lecciones. En una ocasión, Ashanty trabajó con un joven que tenía dificultades para asistir a las clases.
“Él era dominicano y me senté con él y le di esa charla propia de una madre dominicana,” explicó Ashanty, que se mudó a Nueva York desde la República Dominicana hace casi una década. Repasó el contenido con él, pero también le dio una charla para animarlo a que aprobara la asignatura. “Tienes que ponerte las pilas”, le dijo al joven. “¿Qué tú estás haciendo?”
Según Taylor, la presencia habitual de Ashanty ayudaba a que los estudiantes desmotivados, incluido el que tenía dificultades con la asistencia, retomaran sus tareas escolares.
“Si Ashanty se sentaba y hablaba con él, a lo mejor ella le hablaba en español... él se acercaba un poco y hacía un poco de trabajo,” dijo Taylor. “A algunos de los niños yo no podía llegar. Ella podía porque tenía su edad”.
El dilema de la universidad: quedarse o irse
Ashanty disfrutó tanto poder enseñarle a otros estudiantes que sueña con ser docente. Se imagina volver a su alma mater algún día, siguiendo los pasos de Nairée Taveras, una antigua alumna de AMS que volvió para enseñar historia.
“Es simplemente una líder natural,” dijo Taveras, una de las mentoras de Ashanty. “No tiene miedo de ser ella misma.”
Pero a pocos días de su graduación, Ashanty aún no ha decidido cuáles serán sus próximos pasos. Ha sido aceptada en varias universidades que ofrecen una gran variedad de oportunidades, pero que también ofrecen experiencias muy diferentes. Consideró una universidad privada a más de 350 millas de Bronx, así como varias universidades públicas más cerca de su hogar.
Debido a fallos en el proceso de ayuda federal para estudiantes, todavía estaba esperando los detalles finales sobre los paquetes financieros. Y algunos de sus mentores más cercanos le han dado distintos consejos acerca de a dónde ir.
Un educador le aconsejó a Ashanty que se decidiera por la universidad privada. Mientras tanto, Taveras le advirtió a Ashanty de que la universidad podía resultar demasiado aislante debido a la falta de diversidad estudiantil — una apreciación basada en la propia experiencia de Taveras en la misma universidad.
Pero una de las razones principales que Ashanty tuvo en cuenta fue si podría aguantar estar lejos de su hermano menor. Esa relación ayudó a Ashanty a superar los momentos más difíciles del high school.
“Él es mi sistema de contención,” ella dijo. “En todos los deportes que practico, él es mi compañero de equipo. Siempre está ahí si necesito hablar.”
Cuando Ashanty se acercó al micrófono en la cafetería de la escuela para anunciar su decisión de a cual universidad asistirá, empezó a darse cuenta de que, independientemente de lo que decidiera hacer después de graduarse, probablemente nunca más volvería a ir a la escuela con su hermano.
La idea de dejarlo atrás la hizo llorar. Pero unos minutos más tarde, Albert salió de entre el público de estudiantes y personal que aplaudía.
El la abrazó.
Traducido por Flavia Melia Franco
Alex Zimmerman es reportero de Chalkbeat New York y cubre las escuelas públicas de Nueva York. Puede ponerse en contacto con Alex enviándole un correo electrónico al: azimmerman@chalkbeat.org.